Cuando dije que no, nunca fue del todo cierto. No espero cornetas, ni las puertas del paraíso abriéndose paso. No sé, es que hay veces en las que no me sé explicar y, sí, vale, también hay otras en las que prefiero no hacerlo, pero no es eso.
No quiero días de sol deslumbrante, ni tampoco días tan tristes en los que no quiero saber nada de nadie. Busco ese interludio, ese momento exacto en el que todo está bien y pinta mejor. Busco ese punto concreto del cable en el que lo noto firme y capaz de sostenerme durante un rato.
No te quiero a ti, tampoco a mí, tengo momentos para todo. No quiero incertidumbres, pero tampoco certezas. No quiero acompañamiento de fondo, tampoco soledades. No quiero lloros innecesarios mientras veo cómo me derrumbo porque, en algún momento, yo lo he decidido. No quiero nada. Quiero no querer, igual es eso.
Aunque también, es cierto, quiero levantarme de la cama y tener claro el porqué. Quiero que el sol me destroce los ojos al mirarlo; quiero que mañana sea un sábado de sábanas revueltas. Quiero que pasado sigan como las dejamos ayer. Quiero no querer volver a hacer la cama, para no deshacerla; porque es así como la hacemos nosotros, del revés.
Lo quiero todo. Pero hay veces en las que pienso que no quiero nada, sólo por no re-hacerme. Sólo por no verme contigo, conmigo. Sólo por no tener que escribir esto. Sólo por no dar más explicaciones de las que necesito, necesitas. Sólo por nada, como siempre.