Luna llena, redonda. Ésa que hacía soñar a los niños con ser astronautas o volar tan alto como para poder alcanzarla; curiosamente, la misma que, también, en los adultos disparaba la imaginación y despertaba en ellos ganas. Ganas de lo que fuera, de todo lo que incluyera un cuerpo más en una estrecha cama o la bañera; un momento de éxtasis que hiciera que un día, que había empezado demasiado pronto, no terminara hasta la mañana siguiente, hasta que el sol volviera a ponerla naranja, el amanecer siguiente.
Trataba de saber con lo que soñaba ella, si con volar o con alargar el día. Hasta que por fin se dio cuenta: sólo quería soñar con volar mientras alargaba el día. Todo se podía combinar.
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