Decía Beckett que “no saber nada no es nada, no querer saber nada
tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede
saber nada, éste es el estado de la perfecta paz en el alma del
negligente pesquisidor”.
Hablar de Foucault, Adorno, Horkheimer o Nietschse es hablar del
pesquisidor que puede ser que no sepa nada, pero que pone todo su
empeño en no quedarse en ese estado de paz del negligente
investigador.
Foucault toca todos los temas, pide lo impensable,
investiga, no da por sentado nada. Es como si estuviera en un
constante standby y espera lo que está por venir; mientras
tanto, trabaja sobre el pasado para entender el presente.
No
se queda con los porqués establecidos, indaga de dónde viene la
sociedad actual, sus valores, sus conocimientos, busca los umbrales
de cambio, el momento en el que la historia discontinua da un nuevo
salto; introduce esa novedad de la que habla Bacca. Siempre
expectante y a la vez observador, en constante búsqueda para no
quedarse sin saber nada. No sentencia, pide colaboración, reclama la
sospecha ante todo y ante todos. El poder nos produce, sí, pero
todos tenemos poder, todo son relaciones de fuerzas; aunque también
hay encuentros y azares.
Adorno
y Horkheimer lucharon por evitar casi todos los negros
acontecimientos del S.XX. Advirtieron de la llegada de los fascismos y
trataron de que la reconstrucción de Europa, tras la Segunda Guerra
Mundial, no siguiera el modelo del American Way of Life porque eran
conscientes de los peligros que el capitalismo salvaje conlleva.
Pidieron tener memoria para que la historia no volviera a repetirse. Sin embargo, parece que nadie los escuchó, tan sólo algunos jóvenes
un mayo de, por lo visto, ya no importa hace cuánto tiempo. Se ve
constantemente como la historia, en lugar de avanzar, aunque sea a
saltos, parece vivir en un eterno bucle en el que la barbarie y la
desolación dominan el mundo.
Tampoco
Nietzsche caló como debería haberlo hecho, seguimos esperando a
Zaratustra, a alguien que realmente vea cuando mira el mundo y salir
de esta moral de pastores y rebaño. El poder sigue autolegitimándose
con argumentos que parece que ya no convencen a nadie, pero se empeña
en no ceder. Está disperso, el ciudadano ya no sabe a qué puerta
llamar para quejarse, se siente indefenso como acechado por un
asesino, que se asegura para no dejarse ver por su víctima, y vive
esperando el siguiente golpe o la próxima mala noticia que decidirá
su futuro.
Ante
tal panorama, lo único que la filosofía puede y debe hacer,
supongo, es denunciar al poder, como decía Foucault, y robarle la
palabra por un instante. Filosofía no da respuestas ni consuelo,
sólo ofrece constantemente preguntas sin resolver, y en eso
consiste. Preguntar para poder transformar, repensar lo pensado y
pensar lo impensado. No dejar en manos de cualquiera el destino de
uno mismo y luchar por lo que le pertenece a uno como ser humano.
Atreverse a pensar y protestar por lo que está fallando supone un
riesgo, pues todo queda en suspenso y, mientras, uno debe poder
aguantarlo. No obstante, es mucho más productiva la angustia de
Heidegger, la del hombre auténtico que mira a la vida y la verdad de
cara y las afronta, con todas sus luces, pero sobretodo, con todas
sus sombras.
Sólo
así la filosofía tendrá sentido y se convertirá en arma contra el
adoctrinamiento y el adormecimiento que, hoy por hoy, invade el
mundo. Sólo así podrá ser lo que realmente ha sido siempre, pero
que se olvida, "un arma cargada de futuro" que puede enfrentarse al
poder y los discursos establecidos.
Instisfacció, rebel·lia, paraula viva i sentida, són unes poques armes de la filosofia crítica, però el problema és la intel·ligència que el poder desenvolupa per a usurpar-les. Necessitem estar canviant continuament d'armes, per evadir la garra del poder.
ResponderEliminar