domingo, 14 de agosto de 2011

Odisea

Por un momento, sintió el Caos, pero respiró hondo y se asomó a Éone; sintió cómo Poseidón lanzaba la brisa del mar a su cara y también al pelo, entonces estiró los brazos para notarla también en la punta de los dedos. Notó que no contaba nada más que ella; no quería defenderse o declararse en guerra contra nada ni nadie, simplemente quiso sobrevolarse a sí misma y huir.

Voló libre, alto y fuerte. No había nada que la atara al suelo o la marcase de cerca. Todo dependía de ella, o así quería creerlo. Sería optimista por un día, tenía alas de cera como las de Ícaro, pero sabía que las suyas no se derretirían con el calor del Sol.

La profecía de Cassandra estaba más que cumplida, la caja de Pandora seguía abierta y Sísifo no tenía más remedio que subir, día tras día, la roca a la cima para ver cómo se repetía su eterno tormento.

Decidió emprender el viaje, no sabía si Penélope la esperaría en su puerto. De lo único que estaba segura era de que, como Ulises, quería enfrentarse a las sirenas; atarse al mástil más fuerte de la nave y dejarse llevar por su canto.