miércoles, 23 de mayo de 2012

Absurdamente absurdo

Uno se da cuenta de que la cordura no existe cuando siente el absurdo sobre la cabeza. Cuando, como Sísifo, se comprende que tanto da arrastrar de nuevo la piedra colina arriba o no, porque se sabe condenado a repetirlo eternamente; es cuando tienes la certeza de que Pandora no consiguió salvar la Esperanza en su caja después de todo.

Es como si el vacío estuviera bajo tus pies y ya no quedara ningún asidero o un solo cable al que cogerse para evitar la angustia de ese segundo incierto antes de caer, tan absurdo como el resto. Ya nada, sólo ingravidez y miedo ante un vacío que devora y que, únicamente, promete tormento. Cuando te comprendes en ese punto hasta respirar resulta impensable.

El aire se vuelve espeso y las caras se difuminan, se convierten en máscaras desconocidas, al tiempo que, sus bocas se retuercen en esa sonrisa fantasmal no tan desconocida. Ya nadie importa, ni siquiera uno mismo; nada es ya algo... simplemente, todo deja de tener el sentido que un día creíste que tenía.

El absurdo lo es todo: es un mundo que se hunde sin tener ninguna idea de cómo salvarse, es ese futuro que ya no es incierto, sólo inexistente; también es esa cantidad de gente que quiere trabajar y no puede hacerlo. Lo somos todos y cada uno de nosotros. Todos colaboramos en esa hazaña dudosa de hacerlo todavía más grotesco.

No, no intentes salvarte o creerte ya salvado de él. Cuando llegas, lo miras de cerca y ves la locura en unos ojos cuando te miras al espejo, lo sabes. De ahí nadie nunca podrá salvarte. Ni un dios, ni el amor y tampoco esos momentos de tregua en los que desearías quedarte para siempre. Simplemente es imposible, el absurdo ya te ha devorado, como Crono a sus hijos.

Tal vez tú seas más fuerte, quizás, encuentres a alguien que te salve como hizo Rea con Zeus. Lo cierto es que, seguramente, nadie consiga arrancarte de los brazos de un padre hambriento.

Sí, cada vez somos más, seguimos esperándote. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Confesión 2.0

Pasan las horas y sigo esperando a que el tiempo me dé una oportunidad, me deje frenar un rato y reencontrar el motivo por el que llegué hasta aquí hace ya casi cinco años.

Hoy he tenido, espero (aunque no me lo creo), mi última clase de la carrera. Por lo visto, ya sólo tengo horas de estudio, trabajos por hacer y ocho asignaturas esperando su turno. Por lo visto, digo, me he hecho mayor, un ciclo parece que se cierra y el futuro, más incierto y desesperanzador para una estudiante (de filosofía) empieza a llamar a mi puerta. 

Hoy sólo intento recordar todo lo que me gustaba (y sigue gustándome, aunque me lo niegue) pasar las horas en clase como las de hoy. Da igual que sea Metafísica, Historia del Gusto, Estéticas de la Interpretación o Corrientes Actuales... Lo intento, pero no llego a verlo; no consigo sacarme esa nube negra de la cabeza, el agobio y las horas en balde de cara a los apuntes. Soy incapaz de recordar mi cara el primer día de cada curso, de cada asignatura o las ganas de todo que me entran en cada período de exámenes. 

Aunque también es cierto que, a veces, estalla la guerra, me vuelven recuerdos de los grandes momentos: gente que he conocido gracias a aquella decisión que tomé cuándo aún no se tiene edad para decidir. Por momentos, vuelvo a Granada, retrocedo al día que conocía a A. y la primera cerveza con ella o el primer pueblo. Recuerdo muchas otras cosas, demasiadas como para pensar que sólo han pasado en cinco años. 

Después de todo, he encontrado ese motivo. Por mucho que la gente dude (y yo misma lo haga algunos días), Filosofía fue la elección correcta. Ella me dio cinco años de mañanas de café y noches de cerveza; de horas de estudios llenas de descansos y horas ganadas a la vida. Al fin y al cabo, la carrera con más salidas de todas.