miércoles, 20 de marzo de 2013

Mare Nostrum

Nos hemos acostumbrado a vivir entre mendigos, a convivir con la miseria escrita en un cartel que pide dinero para seguir comiendo, pero a la que ni siquiera le prestamos atención.

Olvidamos que podemos ser ellos mañana e ignoramos que Chipre, como nosotros, está en el Mediterráneo.También Grecia, la cuna de la civilización occidental, la primera piedra de una democracia que parece que, después de todo, ha desaparecido. Sólo hay que ver a Sócrates morir, mientras asegura que no se arrepiente de nada y que sólo escucha a una voz interior, antes de beber la cicuta. La misma que tuvo que claudicar ante un dios que no era olímpico.

Debe ser este Mar, el nuestro. Debe ser él el que se empeña en adormilarnos con sus playas alargadas, con este clima de sol y humedad a partes iguales, el que nos deja sin respuesta. Es curioso, por este mar han luchado muchos, los siglos lo demuestran. Algo debe tener, de lo contrario los del Báltico no vendrían a conquistarlo.

Sí, el sol sale por el este todos los días. Todos estamos seguros de que mañana será igual. Pero mientras esperamos que el bebé chipriota de la foto, al que le han escrito el "no" en la palma de la mano, no tenga que volver a repetirlo en un futuro, ya no podemos esperar más. No hemos vivido por encima de nada, hemos vivido como nos han dejado. No le debemos nada a nadie; ellos (sean quienes sean)  son los que tienen que rendir cuentas.

Vale ya de los "países mediterráneos", vale ya de casas vacías mientras hay mucha gente en la calle. Vale ya de todo. Nos hemos hartado, hace mucho; y sí, también, los primeros, los mediterráneos. No somos ellos:
 los que nos han llevado a la situación en la que estamos; tampoco los que debemos soportar las quitas, los recortes o las consecuencias que algún hijo de puta ha estimado más favorables para ellos.

Ésa es la idea, pero según lo que leo, ya no sé ni por dónde saldrá el sol mñana, tampoco cuándo piensa la gente llenar las calles o empezar por quemar algún contenedor (¿qué excusa más necesitamos?). Sería muy simple decir que a los del Norte su mar no les da horas de sol y posibilidad de hacer castillos de arena y que vienen al Sur a sacarnos hasta el último grano; pero el Sur, al menos los españoles, no movemos un dedo.

Es el momento. Tan sencillo como eso. O salimos a la calle, o nos comen. O gritamos más fuerte que nadie, o ninguno escuchará nada. No, los del Sur no somos los culpables, no todos. Entre nosotros hay mucho desgraciado que sí, ha vivido como un Rey (o EL Rey), pero el resto seguimos malviviendo. Ya está bien de castigos injustos y recortes "necesarios".

Mientras tanto, los del Mediterráneo (en conjunto) salimos malparados; nos hemos convertido en los mendigos de Europa. Nadie nos ve, ni siquiera entre nosotros mismos. Pasamos a nuestro lado como si no existiéramos y sólo nos dignamos a darnos una moneda a cambio de tres...

Pero no, ya lo he dicho, me niego. No somos Aznar, ni Zapatero, tampoco Rajoy ni Anastasiadis. Jamás les bailaremos el agua, como tampoco lo haremos con otros tantos. Aquí, algunos piden comida a través de un cartel; otros, reclaman vivienda o ayuda a la dependencia. En Grecia arden las calles y en Chipre los "no" empiezan a escribirse en las manos, incluso en la de los bebés. Ya te digo, no somos como ellos.

Parece que los problemas siempre vienen del Sur, vengan del continente que vengan. Y algunos  creerán que la culpa es del Mediterráneo, y de Serrat, por cantarle..

domingo, 10 de marzo de 2013

Jaredí del autocastigo


Supongo que lo peor de todo es el autocastigo y lo tengo comprobado. No por nada, sino porque nunca se tiene claro, al cien por cien, la cantidad de culpa que se ha de asumir, tampoco la pena a imponer(se). Imagino que es por el hecho de ser uno mismo juez y parte y las pocas ganas que tenemos, después de un día largo, de aguantar más calvarios.

Si el autocastigo fuera realmente útil o provechoso, seguro que alguien habría montado ya un negocio entorno a él; en el mundo en el que vivimos, hasta eso podría ser rentable. No sé, imagino un anuncio tipo "No más noches en balde pensando tu propio castigo. Confía en nosotros, te solucionamos la papeleta buscando un castigo apropiado para ti". Pero eso me suena más a publicidad de banco que a momentos a solas con uno mismo.

No te equivoques, soy una acérrima del autocastiguismo, lo practico constantemente. Podría ser la jefa del banco, si existiera, y la que marcara mis propios pasos; pero también, una especie de jaredí que siguiera la senda marcada y que únicamente se dedicara a reandarla.

La clave es ésa, soy la jaredí atípica. Nadie viene a imponerme nada porque ya lo hago yo por ellos. Repito rutinas diarias que no sé cuándo llegué a adquirir ni dónde piensan llevarme. Las sigo como a cualquier libro sagrado y me empeño en pensar, vanamente, que el resultado será distinto con cada luna llena.

Me engaño pensando que no sigo un patrón de conducta, que no le he de rendir cuentas a nadie. Trato de imaginar que los sábados por la noche a solas los he elegido yo pero, al final, sólo me encuentro conmigo. Sí, detrás viene el autocastigo. Ése del que sólo se es consciente cuando lo tienes encima y del que no sabes cómo salir, con anuncios o sin ellos; ése que te muestra que tu inverno "no dará paso a ninguna florida primavera y que ésta no precederá a ningún verano invencible"

p.d. "Autocastigo", de Kutxi Romero http://elsentirnosesiente.blogspot.com.es/2013/01/autocastigo-kutxi-romero.html



martes, 5 de marzo de 2013

Fin del contrato

Fui a encontrarme con ella porque me había mandado varios mails, y alguna que otra carta, diciéndome que teníamos que hablar sobre mi aumento de responsabilidades y dónde podría encontrarla. Del sueldo, ya hablaríamos en otra ocasión. No defraudé a la jefa. Aquella tarde puse todo mi empeño en cada paso: me duché y peiné (para variar), elegí la ropa e incluso me maquillé un poco; después, me encaminé a su oficina.

No sabía cómo reaccionaría, tampoco cómo se lo diría. Construía monólogos en mi cabeza, incluso diálogos, que terminaba rechazando por inverosímiles. Pretendía asumir la inminencia de sus ojos a tan sólo un metro de mi cara, centrados en los míos, y nuestras reacciones.

No me hizo esperar, de hecho, me abrió los brazos cuándo me vio llegar por aquella puerta estrecha de la oficina. Hipócrita, me preguntó que cómo estaba y qué andaba haciendo. Yo ya lo intuía, todos aquellos diálogos imaginarios no se corresponderían con la realidad de después. Esfuerzo inservible, me repetía mientras le tendía la mano. Eres gilipollas, le decía por dentro al darle los dos besos.

Allí estábamos, la una frente a la otra y yo nerviosa por la entrevista. No le había hablado a nadie de nuestro encuentro, primer error; y no pensaba contar los detalles tampoco, segundo. Expectante por lo que la jefa quería delegar en mí, sólo pensaba en estar erguida, que las manos no me temblaran y conseguir hablar con esa gracia que se finge en todas las entrevistas.

"No falles, que no es el momento", "Piensa que de tus ahoras depende tu futuro..." Y yo seguía allí sin saber qué maravillas contarle sobre mí a esa señora para engañarla.

A diferencia de muchos españoles, no luchaba por un contrato indefinido, sino, más bien, por un despido. Buscaba un "hasta siempre, te echaremos de menos" y una recomendación que llevarme bajo el brazo; ésa que asegurara que Soledad ya nada tenía que hacer conmigo en su empresa, que no había conseguido exprimir lo mejor de mis mejores años... Buscaba una carta que dijera que seguía siendo apta para todo, menos para ella.





sábado, 2 de marzo de 2013

Epi

Nunca tendremos un prólogo escrito en un libro ni sabremos cuándo se unió el lazo. Nunca sabremos la mañana en la que empezamos a compartir cafés. Me suena que fue hace mucho; tú intentabas mirarme a los ojos, como ahora, mientras yo rehuía tu mirada, como sigo haciendo. De todas formas, no te puedo engañar. Sé que sabes, siempre, mucho más de lo que te digo; que vas mucho más allá con cada no-mirada que te dedico y con todas las que te esquivo. Consigues descubrir todo lo que intento esconderte y no sé por qué sigo intentando hacerlo. Nunca me sirve de nada. 

Supongo que fue eso, lo que no nos alejó, irremediablemente, nos fue acercando. Tus ojos en mis gafas, los míos en tu pelo revuelto. Mis manos dándote un cigarro cada mañana, las tuyas aceptándolos con promesas de que algún día seremos felices. Sé que eras, eres, sincera y que, realmente, lo esperas. Mientras tanto, nos vamos conformando con días grises, con canciones tristes que nos ponen contentas (me encanta pensar que la gente no lo entiende), con horas de conversaciones que vamos llenando de silencios, de no decir nada nuevo, pero que suenan siempre distinto. 

Tuvimos  la suerte de cruzarnos a tiempo, aunque el sendero se empeñara en marcarnos el camino a casa. Conseguimos mantenernos a salvo, en aquella soledad compartida, durante los días en los que Caperucita era incapaz de esquivar al Lobo. 

Hoy todo ha acabado, dicen. Tú no te lo crees y yo me empeño en no hacerlo. Sí, las dos lo intentamos: luchamos para ignorar que Cronos (después de todo) se ha comido a Zeus, que el tiempo es sólo un regalo envenenado de unos dioses que no nos quieren. Esto no ha hecho más que empezar... Seguimos gritando, aunque sea por dentro, pero sólo nos vuelve Eco. 

Nos sentimos a salvo entre nosotras de todo aquello que no somos capaces de asumir. Sabemos que nada bueno puede esperarnos cometiendo siempre los mismos errores, pero parece que los repetimos sólo por si acaso.

Sí, hoy he estado pensando. Hace ya mucho de aquello, y sabes que no seré yo la primera que pase página, que rompa esquemas y busque auxilio en otras no-miradas. Sabes que me quedaré un tiempo esperando a Lady Drama; también sé que sabrás a qué se refiere OchoH cuando intente no-explicar todo eso que no sabe cómo contar. 

Supongo que nada tendrá sentido para el resto. Me conformo con que tú entiendas las cuatro líneas que he escrito contigo en el oído. Aunque sólo sea el preámbulo del prefacio del prólogo de la historia...