sábado, 10 de agosto de 2013

Seguiré buscando

Tengo miedo. Miedo de no querer lo bastante, o no llegar al "lo suficiente". Miedo de que todo sea una broma y no haya nadie, ni siquiera los gatos.

Miedo al pensar que los demás no me ven, o no llegan a conocerme del todo; pero la culpa es mía. Los años de máscaras y muros entre el mundo y yo están dando resultado. Y me asusta. Quiero sentir. Quiero no tener miedo a dejar a alguien entrar, por lo que pueda ser. Quiero respirar, como cuando pasa una ola por encima de ti y sales victoriosa del agua esperando a la siguiente. Sin daños.

Tengo miedo de perderme historias, al mismo tiempo que voy poniendo barreras para impedirlas. No quiero "vidas enteras", ni primaveras emocionantes. Quiero querer. Asumir, aceptar y desear lo que tengo cerca, que no es poco, y verme una sonrisa en la boca por cualquier cosa. Necesito reír con ganas y sin excusas.  Necesito necesitar.

No te asustes, ya lo hago yo por ti. Sólo necesito que busques, que quieras encontrar algo que yo todavía desconozco, pero que, seguro, está en mí.

p.d. Cuando lo encuentres, me avisas. De momento, seguiré buscando(me). 

viernes, 5 de julio de 2013

Mi chica de cristal

Nunca nadie me había abrazado con tanta necesidad. Nunca me he sentido tan útil como esta mañana. Nunca había notado que estaba donde tenía que estar de una manera tan clara. Un abrazo inesperado, por la espalda y largo, muy largo. Un abrazo lleno de lágrimas, besos y suaves "Estoy aquí" que esperaba que desmostaran lo que realmente quería decir.

Ella, de negro y con los ojos hinchados, me ha hecho necesaria, de su familia; al mismo tiempo en el que yo me sentía sin armas para poder ayudar. Ella lo ha hecho todo: aguantado, sonreído a su sobrino y llorado todo lo que se ha de llorar.

Ella es fuerte, pero tengo miedo de que se rompa. Por algo es mi chica de cristal... Dura como nadie, pero quebradiza. Es mi roca dura, que al tocar la pala, se retuerce. Aguanta, suspira y traga.

Ella, sin saber como, soy yo. Y (me) duele por ella.

sábado, 11 de mayo de 2013

Venganza(s)

A veces, caer es una obligación más. Sentirte tan alto como para mirar al resto del mundo desde el cable, sólo conlleva esperar el momento de la caída. Sin dramas, sin ambulancias recogiendo los cuerpos, simplemente tú mirándote a un espejo. Lo único importante es ese tú que se sabe derrotado y nadie más.

No se esperan coronas de flores, ni plañideras a las cinco, justo cuando las campanadas de la iglesia avisan misa de muertos. Todo es mucho más fácil, incluso hay veces en las que resulta ridículo cuando lo repiensas a la mañana siguiente. Sólo se necesita una noche avanzando hacia la mañana, un tú que pide salirse de ti, una canción triste y cinco minutos para pensar hacia dónde se dirige tu vida. Sólo eso, nada más. Todo al alcance de la mano, al menos, de la mía.

Me empeño en demostrar que soy alguien triste y lo cierto es que no sé de dónde me viene la costumbre. Nunca fui una niña solitaria, tampoco una adolescente sin amigos que sólo quería odiar al mundo. Me recuerdo feliz, incluso divertida; la típica chica que se ríe y consigue hacer reír a los demás. Y me cuesta, me cuesta reconocerme en aquello y, aún hoy, en cada una de las conversaciones en las que terminamos riéndonos todos.

Me cuesta porque no me veo y sólo consigo desdibujarme o intuir una silueta malpeinada a la que agarrarme. Sé que no es el final (ni siquiera el principio), nada termina porque nada empieza marcándose la casilla de salida o el camino hacia la meta.

No importa, supongo, y ahí está la venganza (contra mí, contra todos, contra nadie). Voy, vamos, vas... Esa es la idea, creo.





sábado, 4 de mayo de 2013

Prometo

Prometo que algún día seré franca, con todos, dejaré que veáis todos mis lados y no sólo esas pocas aristas que vais viendo, deshilachadas, cuando finjo que os miro a los ojos. Quién sabe, igual alguien llegue a sorprenderse y piense que pensaba que me conocía. Pero sabéis que soy la primera en advertiros: no tengo secretos porque os aviso a todos de que los tengo.

No voy a declararme culpable de nada porque ya lo hice una vez y no sirvió de nada. No hay culpables, tampoco pienso buscarlos. Soy feliz con cada rato, con cada risa inesperada, que me descubrís desde un ángulo distinto.

Sí, lo que ella sabe, ni se lo imagina él. Él no sabe nada de nosotros y nosotros vamos haciendo camino al andar, sin pensar en nada más que en nuestros ratos juntos.

No espero juntaros en una misma mirada, no serviría de nada. Me conformo con veros a cada uno de frente y terminar por conocerme. Sin aristas ni ángulos muertos. Con conversaciones tontas y momentos trascendentales. Directamente a los ojos. Con ganas de repetir.

Lo prometo todo, espero cumplir.

sábado, 27 de abril de 2013

Sólo por nada

Cuando dije que no, nunca fue del todo cierto. No espero cornetas, ni las puertas del paraíso abriéndose paso. No sé, es que hay veces en las que no me sé explicar y, sí, vale, también hay otras en las que prefiero no hacerlo, pero no es eso.

No quiero días de sol deslumbrante, ni tampoco días tan tristes en los que no quiero saber nada de nadie. Busco ese interludio, ese momento exacto en el que todo está bien y pinta mejor. Busco ese punto concreto del cable en el que lo noto firme y capaz de sostenerme durante un rato. 

No te quiero a ti, tampoco a mí, tengo momentos para todo. No quiero incertidumbres, pero tampoco certezas. No quiero acompañamiento de fondo, tampoco soledades. No quiero lloros innecesarios mientras veo cómo me derrumbo porque, en algún momento, yo lo he decidido. No quiero nada. Quiero no querer, igual es eso.

Aunque también, es cierto, quiero levantarme de la cama y tener claro el porqué. Quiero que el sol me destroce los ojos al mirarlo; quiero que mañana sea un sábado de sábanas revueltas. Quiero que pasado sigan como las dejamos ayer. Quiero no querer volver a hacer la cama, para no deshacerla; porque es así como la hacemos nosotros, del revés. 

Lo quiero todo. Pero hay veces en las que pienso que no quiero nada, sólo por no re-hacerme. Sólo por no verme contigo, conmigo. Sólo por no tener que escribir esto. Sólo por no dar más explicaciones de las que necesito, necesitas. Sólo por nada, como siempre. 

domingo, 7 de abril de 2013

Moradura

Anoche sentí ese moratón que tú jamás me harás. Volví a notar el dolor que se siente cuando te das en ese punto exacto, que no es buscado pero que sabe hacerse notar. No voy a mentirte, también tuve ante mi rodilla maltrecha un beso, un labio, que me dijo que pronto sanaría.

Alguien vino, me besó y me dijo que esa marca de la rodilla pronto se borraría; pero acabó por ignorarla, hizo como si no existiera. Yo terminé por ignorarlos a ambos, a la marca y a él.

Ayer la sentí y dolió comprender que no la habías provocado tú, no estabas. Esperaba poder explicarte el por qué, pretendía darte todas las explicaciones; demasiadas, como casi siempre. Pero resultó que sólo pude dárselas a él; a ése él que nunca podrá entenderme porque no le permití entrar en mi vida, sólo en mi cama.

Le dije que son demasiados golpes, que tanto moratón no debe ser sano;  pero no contestó con tu risa, sólo con un beso mal dibujado en una rodilla que no necesitaba más excusas.

Sí, ayer tuve unos labios que besaron mis heridas, pero sigo esperando los de verdad. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Mare Nostrum

Nos hemos acostumbrado a vivir entre mendigos, a convivir con la miseria escrita en un cartel que pide dinero para seguir comiendo, pero a la que ni siquiera le prestamos atención.

Olvidamos que podemos ser ellos mañana e ignoramos que Chipre, como nosotros, está en el Mediterráneo.También Grecia, la cuna de la civilización occidental, la primera piedra de una democracia que parece que, después de todo, ha desaparecido. Sólo hay que ver a Sócrates morir, mientras asegura que no se arrepiente de nada y que sólo escucha a una voz interior, antes de beber la cicuta. La misma que tuvo que claudicar ante un dios que no era olímpico.

Debe ser este Mar, el nuestro. Debe ser él el que se empeña en adormilarnos con sus playas alargadas, con este clima de sol y humedad a partes iguales, el que nos deja sin respuesta. Es curioso, por este mar han luchado muchos, los siglos lo demuestran. Algo debe tener, de lo contrario los del Báltico no vendrían a conquistarlo.

Sí, el sol sale por el este todos los días. Todos estamos seguros de que mañana será igual. Pero mientras esperamos que el bebé chipriota de la foto, al que le han escrito el "no" en la palma de la mano, no tenga que volver a repetirlo en un futuro, ya no podemos esperar más. No hemos vivido por encima de nada, hemos vivido como nos han dejado. No le debemos nada a nadie; ellos (sean quienes sean)  son los que tienen que rendir cuentas.

Vale ya de los "países mediterráneos", vale ya de casas vacías mientras hay mucha gente en la calle. Vale ya de todo. Nos hemos hartado, hace mucho; y sí, también, los primeros, los mediterráneos. No somos ellos:
 los que nos han llevado a la situación en la que estamos; tampoco los que debemos soportar las quitas, los recortes o las consecuencias que algún hijo de puta ha estimado más favorables para ellos.

Ésa es la idea, pero según lo que leo, ya no sé ni por dónde saldrá el sol mñana, tampoco cuándo piensa la gente llenar las calles o empezar por quemar algún contenedor (¿qué excusa más necesitamos?). Sería muy simple decir que a los del Norte su mar no les da horas de sol y posibilidad de hacer castillos de arena y que vienen al Sur a sacarnos hasta el último grano; pero el Sur, al menos los españoles, no movemos un dedo.

Es el momento. Tan sencillo como eso. O salimos a la calle, o nos comen. O gritamos más fuerte que nadie, o ninguno escuchará nada. No, los del Sur no somos los culpables, no todos. Entre nosotros hay mucho desgraciado que sí, ha vivido como un Rey (o EL Rey), pero el resto seguimos malviviendo. Ya está bien de castigos injustos y recortes "necesarios".

Mientras tanto, los del Mediterráneo (en conjunto) salimos malparados; nos hemos convertido en los mendigos de Europa. Nadie nos ve, ni siquiera entre nosotros mismos. Pasamos a nuestro lado como si no existiéramos y sólo nos dignamos a darnos una moneda a cambio de tres...

Pero no, ya lo he dicho, me niego. No somos Aznar, ni Zapatero, tampoco Rajoy ni Anastasiadis. Jamás les bailaremos el agua, como tampoco lo haremos con otros tantos. Aquí, algunos piden comida a través de un cartel; otros, reclaman vivienda o ayuda a la dependencia. En Grecia arden las calles y en Chipre los "no" empiezan a escribirse en las manos, incluso en la de los bebés. Ya te digo, no somos como ellos.

Parece que los problemas siempre vienen del Sur, vengan del continente que vengan. Y algunos  creerán que la culpa es del Mediterráneo, y de Serrat, por cantarle..

domingo, 10 de marzo de 2013

Jaredí del autocastigo


Supongo que lo peor de todo es el autocastigo y lo tengo comprobado. No por nada, sino porque nunca se tiene claro, al cien por cien, la cantidad de culpa que se ha de asumir, tampoco la pena a imponer(se). Imagino que es por el hecho de ser uno mismo juez y parte y las pocas ganas que tenemos, después de un día largo, de aguantar más calvarios.

Si el autocastigo fuera realmente útil o provechoso, seguro que alguien habría montado ya un negocio entorno a él; en el mundo en el que vivimos, hasta eso podría ser rentable. No sé, imagino un anuncio tipo "No más noches en balde pensando tu propio castigo. Confía en nosotros, te solucionamos la papeleta buscando un castigo apropiado para ti". Pero eso me suena más a publicidad de banco que a momentos a solas con uno mismo.

No te equivoques, soy una acérrima del autocastiguismo, lo practico constantemente. Podría ser la jefa del banco, si existiera, y la que marcara mis propios pasos; pero también, una especie de jaredí que siguiera la senda marcada y que únicamente se dedicara a reandarla.

La clave es ésa, soy la jaredí atípica. Nadie viene a imponerme nada porque ya lo hago yo por ellos. Repito rutinas diarias que no sé cuándo llegué a adquirir ni dónde piensan llevarme. Las sigo como a cualquier libro sagrado y me empeño en pensar, vanamente, que el resultado será distinto con cada luna llena.

Me engaño pensando que no sigo un patrón de conducta, que no le he de rendir cuentas a nadie. Trato de imaginar que los sábados por la noche a solas los he elegido yo pero, al final, sólo me encuentro conmigo. Sí, detrás viene el autocastigo. Ése del que sólo se es consciente cuando lo tienes encima y del que no sabes cómo salir, con anuncios o sin ellos; ése que te muestra que tu inverno "no dará paso a ninguna florida primavera y que ésta no precederá a ningún verano invencible"

p.d. "Autocastigo", de Kutxi Romero http://elsentirnosesiente.blogspot.com.es/2013/01/autocastigo-kutxi-romero.html



martes, 5 de marzo de 2013

Fin del contrato

Fui a encontrarme con ella porque me había mandado varios mails, y alguna que otra carta, diciéndome que teníamos que hablar sobre mi aumento de responsabilidades y dónde podría encontrarla. Del sueldo, ya hablaríamos en otra ocasión. No defraudé a la jefa. Aquella tarde puse todo mi empeño en cada paso: me duché y peiné (para variar), elegí la ropa e incluso me maquillé un poco; después, me encaminé a su oficina.

No sabía cómo reaccionaría, tampoco cómo se lo diría. Construía monólogos en mi cabeza, incluso diálogos, que terminaba rechazando por inverosímiles. Pretendía asumir la inminencia de sus ojos a tan sólo un metro de mi cara, centrados en los míos, y nuestras reacciones.

No me hizo esperar, de hecho, me abrió los brazos cuándo me vio llegar por aquella puerta estrecha de la oficina. Hipócrita, me preguntó que cómo estaba y qué andaba haciendo. Yo ya lo intuía, todos aquellos diálogos imaginarios no se corresponderían con la realidad de después. Esfuerzo inservible, me repetía mientras le tendía la mano. Eres gilipollas, le decía por dentro al darle los dos besos.

Allí estábamos, la una frente a la otra y yo nerviosa por la entrevista. No le había hablado a nadie de nuestro encuentro, primer error; y no pensaba contar los detalles tampoco, segundo. Expectante por lo que la jefa quería delegar en mí, sólo pensaba en estar erguida, que las manos no me temblaran y conseguir hablar con esa gracia que se finge en todas las entrevistas.

"No falles, que no es el momento", "Piensa que de tus ahoras depende tu futuro..." Y yo seguía allí sin saber qué maravillas contarle sobre mí a esa señora para engañarla.

A diferencia de muchos españoles, no luchaba por un contrato indefinido, sino, más bien, por un despido. Buscaba un "hasta siempre, te echaremos de menos" y una recomendación que llevarme bajo el brazo; ésa que asegurara que Soledad ya nada tenía que hacer conmigo en su empresa, que no había conseguido exprimir lo mejor de mis mejores años... Buscaba una carta que dijera que seguía siendo apta para todo, menos para ella.





sábado, 2 de marzo de 2013

Epi

Nunca tendremos un prólogo escrito en un libro ni sabremos cuándo se unió el lazo. Nunca sabremos la mañana en la que empezamos a compartir cafés. Me suena que fue hace mucho; tú intentabas mirarme a los ojos, como ahora, mientras yo rehuía tu mirada, como sigo haciendo. De todas formas, no te puedo engañar. Sé que sabes, siempre, mucho más de lo que te digo; que vas mucho más allá con cada no-mirada que te dedico y con todas las que te esquivo. Consigues descubrir todo lo que intento esconderte y no sé por qué sigo intentando hacerlo. Nunca me sirve de nada. 

Supongo que fue eso, lo que no nos alejó, irremediablemente, nos fue acercando. Tus ojos en mis gafas, los míos en tu pelo revuelto. Mis manos dándote un cigarro cada mañana, las tuyas aceptándolos con promesas de que algún día seremos felices. Sé que eras, eres, sincera y que, realmente, lo esperas. Mientras tanto, nos vamos conformando con días grises, con canciones tristes que nos ponen contentas (me encanta pensar que la gente no lo entiende), con horas de conversaciones que vamos llenando de silencios, de no decir nada nuevo, pero que suenan siempre distinto. 

Tuvimos  la suerte de cruzarnos a tiempo, aunque el sendero se empeñara en marcarnos el camino a casa. Conseguimos mantenernos a salvo, en aquella soledad compartida, durante los días en los que Caperucita era incapaz de esquivar al Lobo. 

Hoy todo ha acabado, dicen. Tú no te lo crees y yo me empeño en no hacerlo. Sí, las dos lo intentamos: luchamos para ignorar que Cronos (después de todo) se ha comido a Zeus, que el tiempo es sólo un regalo envenenado de unos dioses que no nos quieren. Esto no ha hecho más que empezar... Seguimos gritando, aunque sea por dentro, pero sólo nos vuelve Eco. 

Nos sentimos a salvo entre nosotras de todo aquello que no somos capaces de asumir. Sabemos que nada bueno puede esperarnos cometiendo siempre los mismos errores, pero parece que los repetimos sólo por si acaso.

Sí, hoy he estado pensando. Hace ya mucho de aquello, y sabes que no seré yo la primera que pase página, que rompa esquemas y busque auxilio en otras no-miradas. Sabes que me quedaré un tiempo esperando a Lady Drama; también sé que sabrás a qué se refiere OchoH cuando intente no-explicar todo eso que no sabe cómo contar. 

Supongo que nada tendrá sentido para el resto. Me conformo con que tú entiendas las cuatro líneas que he escrito contigo en el oído. Aunque sólo sea el preámbulo del prefacio del prólogo de la historia...

 

viernes, 15 de febrero de 2013

Habrías de verme

Otro visitante, pero éste con la alegría marcada en la cara; no todo iba a ser penas y sinsabores. A veces, nos encontramos en cualquier sitio pidiéndonos explicaciones. Él me cuenta lo que ha ido haciendo y yo hago lo propio explicando que mi vida, aunque nos suene raro, también tiene luces. 

Algunas noches, cerramos los bares. Otras, nos acostamos antes de que el cuco cante las doce. Juntos, pero no revueltos. O sí, de todo tenemos. Entre momento y momento, nos vamos poniendo al día. 

Le conté ayer que seguía sonriendo porque ya no sabía cuándo encontraría una sonrisa de vuelta. Él me dijo que no hacía falta que esperara, que la suya ya estaba de camino. Impidiéndome imaginar que no había salida.

Tratamos de mantenernos a flote el uno al otro e intentamos desenvolvernos en varias dimensiones (la suya, la mía, la nuestra, la de nadie). Salir victoriosos. Él suele ganar, pero es que yo algunas noches me canso; aunque no todas, sólo las que sé perdidas sin remedio. El resto, la mayoría, habrías de verme...


miércoles, 13 de febrero de 2013

El funambulista, otra vez

Y volvió el funambulista (o funámbulo, como algunos se empeñan en llamarlo, sin saber lo que realmente se siente al pronunciar la palabra entendiendo lo que significa de verdad), sólo para recordarme que el cable aún estaba bajo nuestros pies; pero continuaba tan estrecho y tan alejado de la otra cornisa como siempre.

Nos vimos ayer por la noche y me contó todas sus novedades. Yo inventé algunas mías, sólo para que no notara que por mi vida no pasa nada salvo el tiempo. Apareció en forma de sueño, como a él le gusta, y con la misma intención de siempre: hacerme cruzar al otro lado, con las ganas de verme, algún día, sonreír victoriosa a los que me esperan abajo, sin darles el gusto.

Quería conseguir que sonriera, pero, como de costumbre, no llegó a hacerlo. Lo único que logró fue, una vez más, hacerme sentir incapaz de mirar a las nubes tan de cerca como él suele hacerlo.

Luego, cruzó el cable. Como tantas otras noches lo ha hecho delante de mí. Desde el otro lado me animaba insistiendo en que confiara, que el cable no se rompería. Yo, desde mi cornisa, como un suicida que no termina de decidirse, miraba al suelo y calculaba los posibles daños. El mínimo fallo conllevaría un golpe seco, el que haría mil de la lista. Volví a ser consciente de que el problema no era el aguante del cable, sino mi capacidad para hacerlo desaparecer.

Sí, cuando llegó el momento de poner el primer pie sobre él, noté cómo se desvanecía, una noche más. Y sí, la que hacía mil. No entiendo por qué me voy a dormir esta noche con las ganas de volver a verlo...


viernes, 8 de febrero de 2013

Marinero...

Siempre definía su vida como una tormenta de mar. Jamás pude acabar de entender qué quería decir. Se levantaba con el mar revuelto y terminaba acostándose, solo, con olas de varios metros. Así día tras día, según contaba.

Yo le oía contarlo todo, como sin querer, cada miércoles por la noche en aquel tugurio. El levante se obsesionaba con mover las persianas de casa y, la mayor parte de los días, la tempestad le impedía salir a faenar. Con cada nuevo amanecer llegaba una desilusión en forma de barco amarrado, de semana más dura que la anterior a la hora de poner platos en la mesa. Él lo contaba así.

Fui haciéndome adicta a sus historias. Cada semana una nueva mejor que la anterior. Llegué a pensar que las inventaba. Me gustaba mirarle las manos y los ojos, cuarteados a partes iguales por los años y el agua cargada de salitre. "Un marinero", decían sobre él los que contaban sus historias.

Una noche, tuve la suerte de tenerlo sólo para mí en una mesa apartada. Decidió sentarse conmigo y contarme algunas verdades. Jamás tuve mejor maestro que aquel marino perdido en tierra. Se le notaba descolocado y ausente, como sólo puede estarlo alguien acostumbrado al zozobrar de un barco y que, de repente, se sabe pisando tierra firme. Supe que los marineros son como los barcos varados: en tierra, poco a poco, van muriendo.

Eso fue lo primero que me dijo, "no he de acostumbrarme nunca a que el suelo no se mueva". Me quedé con eso. Yo luchaba por tener bajo los pies tierra firme y él sólo soñaba con el vaivén de las olas. Soñaba también con las sirenas, con los cantos que volvieran a abrazarle en el mar... Él quería olvidarse de los faros y los "tierra a la vista" mientras que yo seguía buscando las bocanas del puerto.

Acordamos que el primero que encontrara lo que el otro quería, avisaría. Por tierra o por mar. Sigo esperando su respuesta, lo mismo que él la mía...

p.d. http://www.youtube.com/watch?v=ok-XK8XNhUI

sábado, 12 de enero de 2013

L (Learning)

Es un nuevo año y tenía que empezar por alguna parte. Mañana, su primer trece de enero y sin tener claro cómo pasó el último... Mañana, todo es mañana, como todo lo importante.

Da igual lo que sea, lo que pase, quien pueda ser yo otra vez en este mismo teatro que se repite año tras año. Pasarán los días, también los meses, y nadie vendrá a preguntar si nos parece bien. Ella llegó, hace un año; aún no sé cómo mirarle.

Tampoco importa, porque le quiero. Es lo único que cuenta, espero. Supongo que es eso, nada importa mientras intentemos mirarnos a los ojos. Quien pueda, claro; yo, mientras, sigo haciendo prácticas...