miércoles, 13 de febrero de 2013

El funambulista, otra vez

Y volvió el funambulista (o funámbulo, como algunos se empeñan en llamarlo, sin saber lo que realmente se siente al pronunciar la palabra entendiendo lo que significa de verdad), sólo para recordarme que el cable aún estaba bajo nuestros pies; pero continuaba tan estrecho y tan alejado de la otra cornisa como siempre.

Nos vimos ayer por la noche y me contó todas sus novedades. Yo inventé algunas mías, sólo para que no notara que por mi vida no pasa nada salvo el tiempo. Apareció en forma de sueño, como a él le gusta, y con la misma intención de siempre: hacerme cruzar al otro lado, con las ganas de verme, algún día, sonreír victoriosa a los que me esperan abajo, sin darles el gusto.

Quería conseguir que sonriera, pero, como de costumbre, no llegó a hacerlo. Lo único que logró fue, una vez más, hacerme sentir incapaz de mirar a las nubes tan de cerca como él suele hacerlo.

Luego, cruzó el cable. Como tantas otras noches lo ha hecho delante de mí. Desde el otro lado me animaba insistiendo en que confiara, que el cable no se rompería. Yo, desde mi cornisa, como un suicida que no termina de decidirse, miraba al suelo y calculaba los posibles daños. El mínimo fallo conllevaría un golpe seco, el que haría mil de la lista. Volví a ser consciente de que el problema no era el aguante del cable, sino mi capacidad para hacerlo desaparecer.

Sí, cuando llegó el momento de poner el primer pie sobre él, noté cómo se desvanecía, una noche más. Y sí, la que hacía mil. No entiendo por qué me voy a dormir esta noche con las ganas de volver a verlo...


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