viernes, 8 de febrero de 2013

Marinero...

Siempre definía su vida como una tormenta de mar. Jamás pude acabar de entender qué quería decir. Se levantaba con el mar revuelto y terminaba acostándose, solo, con olas de varios metros. Así día tras día, según contaba.

Yo le oía contarlo todo, como sin querer, cada miércoles por la noche en aquel tugurio. El levante se obsesionaba con mover las persianas de casa y, la mayor parte de los días, la tempestad le impedía salir a faenar. Con cada nuevo amanecer llegaba una desilusión en forma de barco amarrado, de semana más dura que la anterior a la hora de poner platos en la mesa. Él lo contaba así.

Fui haciéndome adicta a sus historias. Cada semana una nueva mejor que la anterior. Llegué a pensar que las inventaba. Me gustaba mirarle las manos y los ojos, cuarteados a partes iguales por los años y el agua cargada de salitre. "Un marinero", decían sobre él los que contaban sus historias.

Una noche, tuve la suerte de tenerlo sólo para mí en una mesa apartada. Decidió sentarse conmigo y contarme algunas verdades. Jamás tuve mejor maestro que aquel marino perdido en tierra. Se le notaba descolocado y ausente, como sólo puede estarlo alguien acostumbrado al zozobrar de un barco y que, de repente, se sabe pisando tierra firme. Supe que los marineros son como los barcos varados: en tierra, poco a poco, van muriendo.

Eso fue lo primero que me dijo, "no he de acostumbrarme nunca a que el suelo no se mueva". Me quedé con eso. Yo luchaba por tener bajo los pies tierra firme y él sólo soñaba con el vaivén de las olas. Soñaba también con las sirenas, con los cantos que volvieran a abrazarle en el mar... Él quería olvidarse de los faros y los "tierra a la vista" mientras que yo seguía buscando las bocanas del puerto.

Acordamos que el primero que encontrara lo que el otro quería, avisaría. Por tierra o por mar. Sigo esperando su respuesta, lo mismo que él la mía...

p.d. http://www.youtube.com/watch?v=ok-XK8XNhUI

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