viernes, 15 de febrero de 2013

Habrías de verme

Otro visitante, pero éste con la alegría marcada en la cara; no todo iba a ser penas y sinsabores. A veces, nos encontramos en cualquier sitio pidiéndonos explicaciones. Él me cuenta lo que ha ido haciendo y yo hago lo propio explicando que mi vida, aunque nos suene raro, también tiene luces. 

Algunas noches, cerramos los bares. Otras, nos acostamos antes de que el cuco cante las doce. Juntos, pero no revueltos. O sí, de todo tenemos. Entre momento y momento, nos vamos poniendo al día. 

Le conté ayer que seguía sonriendo porque ya no sabía cuándo encontraría una sonrisa de vuelta. Él me dijo que no hacía falta que esperara, que la suya ya estaba de camino. Impidiéndome imaginar que no había salida.

Tratamos de mantenernos a flote el uno al otro e intentamos desenvolvernos en varias dimensiones (la suya, la mía, la nuestra, la de nadie). Salir victoriosos. Él suele ganar, pero es que yo algunas noches me canso; aunque no todas, sólo las que sé perdidas sin remedio. El resto, la mayoría, habrías de verme...


miércoles, 13 de febrero de 2013

El funambulista, otra vez

Y volvió el funambulista (o funámbulo, como algunos se empeñan en llamarlo, sin saber lo que realmente se siente al pronunciar la palabra entendiendo lo que significa de verdad), sólo para recordarme que el cable aún estaba bajo nuestros pies; pero continuaba tan estrecho y tan alejado de la otra cornisa como siempre.

Nos vimos ayer por la noche y me contó todas sus novedades. Yo inventé algunas mías, sólo para que no notara que por mi vida no pasa nada salvo el tiempo. Apareció en forma de sueño, como a él le gusta, y con la misma intención de siempre: hacerme cruzar al otro lado, con las ganas de verme, algún día, sonreír victoriosa a los que me esperan abajo, sin darles el gusto.

Quería conseguir que sonriera, pero, como de costumbre, no llegó a hacerlo. Lo único que logró fue, una vez más, hacerme sentir incapaz de mirar a las nubes tan de cerca como él suele hacerlo.

Luego, cruzó el cable. Como tantas otras noches lo ha hecho delante de mí. Desde el otro lado me animaba insistiendo en que confiara, que el cable no se rompería. Yo, desde mi cornisa, como un suicida que no termina de decidirse, miraba al suelo y calculaba los posibles daños. El mínimo fallo conllevaría un golpe seco, el que haría mil de la lista. Volví a ser consciente de que el problema no era el aguante del cable, sino mi capacidad para hacerlo desaparecer.

Sí, cuando llegó el momento de poner el primer pie sobre él, noté cómo se desvanecía, una noche más. Y sí, la que hacía mil. No entiendo por qué me voy a dormir esta noche con las ganas de volver a verlo...


viernes, 8 de febrero de 2013

Marinero...

Siempre definía su vida como una tormenta de mar. Jamás pude acabar de entender qué quería decir. Se levantaba con el mar revuelto y terminaba acostándose, solo, con olas de varios metros. Así día tras día, según contaba.

Yo le oía contarlo todo, como sin querer, cada miércoles por la noche en aquel tugurio. El levante se obsesionaba con mover las persianas de casa y, la mayor parte de los días, la tempestad le impedía salir a faenar. Con cada nuevo amanecer llegaba una desilusión en forma de barco amarrado, de semana más dura que la anterior a la hora de poner platos en la mesa. Él lo contaba así.

Fui haciéndome adicta a sus historias. Cada semana una nueva mejor que la anterior. Llegué a pensar que las inventaba. Me gustaba mirarle las manos y los ojos, cuarteados a partes iguales por los años y el agua cargada de salitre. "Un marinero", decían sobre él los que contaban sus historias.

Una noche, tuve la suerte de tenerlo sólo para mí en una mesa apartada. Decidió sentarse conmigo y contarme algunas verdades. Jamás tuve mejor maestro que aquel marino perdido en tierra. Se le notaba descolocado y ausente, como sólo puede estarlo alguien acostumbrado al zozobrar de un barco y que, de repente, se sabe pisando tierra firme. Supe que los marineros son como los barcos varados: en tierra, poco a poco, van muriendo.

Eso fue lo primero que me dijo, "no he de acostumbrarme nunca a que el suelo no se mueva". Me quedé con eso. Yo luchaba por tener bajo los pies tierra firme y él sólo soñaba con el vaivén de las olas. Soñaba también con las sirenas, con los cantos que volvieran a abrazarle en el mar... Él quería olvidarse de los faros y los "tierra a la vista" mientras que yo seguía buscando las bocanas del puerto.

Acordamos que el primero que encontrara lo que el otro quería, avisaría. Por tierra o por mar. Sigo esperando su respuesta, lo mismo que él la mía...

p.d. http://www.youtube.com/watch?v=ok-XK8XNhUI