lunes, 23 de marzo de 2015

Lluvia

"Mañana me escribirás lo que no te atreves a decirme ahora", le decían a la Funambulista. No era eso, aunque también, la iban conociendo. Era, más bien, una necesidad de procesado de información y un controlar por dónde andaban los cables tendidos, dejar respirar y disfrutar los momentos intensos. Luego, vendría la lluvia.

Ya ha dicho que, entre miradas cruzadas, no sabe manejarse; pero, también es cierto, que iba haciendo sus pinitos en las últimas actuaciones. Cables y cuerdas, cintas y antifaces. Focos encendidos sin que ella sea consciente de ello y pida explicaciones absurdas. De ésas de dos y pico de la madrugada. Ojos que reconoces sólo si se cierran al reír, con todas esas pestañas, o te miran y piensan que no lo notas. Ojos que no son grandes, pero sabes que te recorren cuando hay un silencio y que te producen ganas de besar bocas, una en concreto. O de abrir la tuya. Que también tiene lo suyo. La Funambulista se guarda ese momento para ella. Disculpen las molestias.

Al final, iba a resultar que tenían razón. Necesitaba un tiempo y escribir, para poder reaccionar. Estaba contenta y, además, llovía.

1 comentario:

  1. El payaso interino6 de abril de 2015, 21:44

    Me habían llamado para sustituir al payaso cojo. Él ya no estaba para muchos trotes y me pusieron de refuerzo en sus números. Esta circunstancia me permitía observar mejor las reacciones del público ante los números que desarrollábamos y, desde el primer dia, las vi siguiendolos desde el proscenio.
    Allí estaban ellas, observando atentamente, riendo cuando el número les gustaba, poniendo cara de disgusto cuando no le veian la gracia. De tanto observarlas me acostumbré a sus gustos y acabé organizando mi actuación en función de su humor. Si una caída les hacía reir, la repetía en el próximo número. Si un grito las emocionaba, lo aumentaba. Un lloro fingido era su preferido? Pues a llorar a chorro tendido.
    Con todo, era difícil cruzar la mirada con ellas, aunque más de una vez conseguí fijar sus ojos en los mios, por un instante, un momento fugaz que me recompensaba tanto com sus sonrisas. Unas sonrisas abiertas, que dejaban los dientes al aire y convertian su boca en una foco de atracción. Sus ojos eran otra cosa, esquivos, gachos, tímidos, aunque profundos cuando los capturaba fijándose en mi actuación.
    Nunca opinaban después del número, ni siquiera me miraban después de la actuación, pero yo mantenía la esperanza de que algún dia me hablarian mirándome a los ojos y me contarian el motivo de su tristeza y la técnica perfecta para arrancarles una sonrisa.

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