sábado, 11 de junio de 2011

Decir que sí a lo que siempre decimos que no sin saber por qué. Sí a las noches largas, sí a los momentos inciertos, sí a la vida.

Sí a la incertidumbre, sí a los demás; sí a lo que somos, a lo que esperamos ser algún día. Sí a las noches a solas y sí a los despertares acompañados. Sí a las oportunidades que, aunque asustan, existen.

Sí a las duchas compartidas, a las vidas cruzadas, a la lluvia y también al sol. Sí a todo lo que nos afecte sin preguntarnos a dónde nos llevará. Saltar, gritar, deslumbrarnos con la luz que siempre nos hemos negado.

Sí a la alegría que llega sin pedir permiso, sí a Zaratustra y la voluntad de poder o el eterno retorno. Sí a la indignación y a las ganas de cambiar el mundo, nuestro mundo.

Decir sí, aunque sea sin querer, es como sonreír sin tener un motivo, nadie sabe a dónde nos puede llevar, lo que nos deparará... Por si acaso, todos los días practico un rato delante del espejo, para que, cuando llegue el momento, pueda acompañar al "sí" con un salto al vacío del que no me tenga que arrepentir.

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