lunes, 23 de enero de 2012

Juicio mental

En el juicio me declaré loca, y los demás asintieron en gesto de afirmación. Al fin lo reconocía, y al contrario de lo que esperaba, no me sentí mejor. Nunca era agradable sentarse a declarar ante un jurado, pero cuando una misma era juez y parte y el que debía declararte culpable o inocente eras tú, la sensación era aún peor.

Suspiré en el bar mientras en mi cabeza se iba debatiendo sobre mi futuro. ¿Alegatos a favor?, ¿en contra?, “En mi opinión, señor juez, la acusada debería ser condenada…” dejé de escuchar mi mente a media frase, sabía que el final de la frase no me iba a gustar, aunque reconocía que era cierto.

Escuché, o más bien fingí escuchar, a la gente que me hablaba. Lo bueno de estar en un bar bullicioso y oscuro era que no importaba que no oyera a los demás, ni siquiera me molesté en asentir ante el ingenioso comentario, lo supuse porque vi como el resto de la gente se reía después de que mi interlocutor acabara.

Y mientras tanto, el juicio seguía avanzando. Me sentía como Alicia esperando a que la reina le dijera que le iban a cortar la cabeza; era inevitable, mi ejecución (al menos mental) sería en pocos minutos…y como si del siglo XVI se tratara, tenía hasta público que aplaudiera cuando mi cabeza rodara por el suelo. La gente podría mirarme con odio mientras caminara hacia el verdugo, los padres le dirían a sus hijos que si no mejoraban su comportamiento, acabarían como yo y algunos hasta podrían escupirme al pasar por su lado y chillarme “¡Bruja, te lo mereces!” cuando el verdugo levantara el hacha para coger impulso y sesgarme el cuello de cuajo.

Los demás seguían hablando, bebiendo, riendo y cantando desacompasadamente ajenos a la batalla que se libraba en mi cabeza. ¿Cómo era posible? Mi futuro se estaba discutiendo a menos de un metro de ellos, y ni siquiera se habían percatado de que algo no iba bien. Entre el alcohol, la risa y las promesas sexuales de aquella noche, no estaba como primera opción escuchar las repetidas conversaciones sobre mí y mi locura. Cogí una cerveza de la mesa, daba igual de quien fuera y me la bebí hasta el final, de un trago. Cuando la dejé sobre la mesa, los demás me aplaudieron como si de una hazaña se tratase, y en vez de gritarles gilipollas, decidí levantar la mano como queriendo quitarle importancia mientras sonreía de lado.

De repente, el abogado defensor se oía en mi cabeza: “Dejadla, es joven, todavía tiene toda la vida por delante”. ¿Cómo que todavía tiene la vida por delante? ¿Si fuera vieja me condenarían? Menuda mierda de abogado, voy derecha al hacha. Miré hacia arriba y vi el techo negro, sucio y pensé que igual el hacha no era tan mala, visto lo visto…

Quería que el juicio acabara ya, que me condenaran o me liberaran, que acabara la noche. Quería que, por fin acabara todo; si realmente era culpable, que me lo dijeran y viviría con ello, sino…pues sólo que mis ideas, mis recuerdos, mis pensamientos, todas aquellas cosas que no me dejaban ser feliz, desaparecieran.

Pero lo que tenía muy claro es que no quería tener que volver a pasar por esto, eran ya demasiadas veces. Si realmente estaba loca y no podía vivir en el mundo como los demás, que me lo dijeran, que me ordenaran qué hacer y ya vería como pasaría el resto de mi vida. Si no lo estaba, quería que no resultara tan complicado vivir, poder acoplarme a él y que éste también me escuchara. Pero en lugar de eso, mi abogado mental sólo decía que era joven, que cambiaría, que no se preocuparan los señores letrados, como Don Miedo, Doña Furia, Don Recuerdo y Doña Dolores, y que me dejaran libre. Sin embargo, los letrados fiscales, la jueza que era yo misma, y parte de la gente que había venido a mi juicio, como Recuerdos, Oportunidades Perdidas, Momentos Pasados y Manías Varias, querían condenarme.

Yo, que acudí a declarar, rechacé la Biblia y sólo prometí decir la verdad y toda la verdad. Pero me giré a la jueza y le dije: “¿Pero qué verdad? Si ni siquiera yo misma, ni usted, si se me permite decirlo, sabemos cuál es la verdad. Igual si la supiéramos no estaríamos aquí…cada dos por tres, además. Yo sólo quiero vivir, pero verá usted, la vida me lo impide. Si tiene usted alguna idea, ya sabe…pero me parece que no sabe por dónde empezar. Ni usted quiere verme aquí la semana que viene o dentro de un mes, ni yo quiero volver…pero ni sus condenas sirven de nada ni mis promesas de cambiar nos llevan a ningún lado”. Al contrario de lo que pensaba, la jueza no me echó a patadas de allí ni me dijo que quién me creía que era, al fin y al cabo, tenía razón.

Desconecté del juicio y al volver al mundo, me di cuenta de que estaba en otro bar, con más luz y más gente. De puta madre María, ya no es que pierdas tu tiempo mental, es que ni te fijas por donde caminas…Se me sentó alguien al lado, debió pisarme porque me pidió perdón. Al girarme, y preguntarle por qué me pedía perdón, contestó: “No sé, supongo que es lo normal…además no me refería al pisotón, sino a molestarte mientras piensas”.

Que era lo normal, decía. ¡Lo normal! Hacía tiempo que nada era normal, y menos aquella noche. Cuando me preguntó por qué razón aquella noche era menos normal que de costumbre le contesté la verdad. Me estaba juzgando mentalmente, le conté quién era la jueza, quiénes los acusadores, quién mi abogado defensor, el público que había venido a ver mi cabeza rodar… le conté todo. Lo mejor de todo fue su cara, sólo por volverla a ver se lo contaría a alguien más, en serio. Vi lo que estaba pensando “está loca”, pero mientras, supongo que por miedo a que lo matara o que siguiera hablando con él (las dos opciones eran igual de horribles), sonreía. Así que para ahorrarle las excusas y los “tengo prisa”, me levanté y me fui.

Miré hacia arriba como si pudiera verme la mente y hablé: “¿veis? Él también cree que estoy loca, y ya van 5 en este mes…”. Seguí caminando un rato, calle arriba calle abajo, como para aclarar a los demás que tenían razón y que sí, estaba loca. Y en ese momento escuché a la jueza dar golpes con su mazo sobre la mesa: ¡Atención! (golpes), ¡Orden en la sala! (golpes), ¡Ya he tomado una decisión! Pues menos mal, empezaba a cansarme de esperar… contesté. Me miró con odio y se sentó.

“Hemos decidido declarar a la acusada inocente”. ¿¿¿Cómo??? Pregunté, a lo que ella contestó: “Pues mira sí, al fin y al cabo todos vivimos de ti, así que sí tu eres condenada, te mueres y todo el rollo… ¿¿en qué vamos a trabajar nosotros??”. La miré indignada y me dijo, “no me mires así, al fin y al cabo se trata de sobrevivir. Es lo que hacemos todos, es lo que haces tú, ¿no?”.

Tocó con la maza en la mesa y dijo: “nos vemos en un mes, o quince días o la semana que viene…” Y mirándome añadió: “De ti depende”.

2 comentarios:

  1. Si, claro que si. Se trata de sobrevivir, de seguir y de vivir y que viviendo podamos ser unpoco felices. aunque no olvides que todas las sentencias pueden ser revisadas. Ahhh!!! definamos normal... un beso

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  2. Gràcies per una altra visita. Sobreviure, però no a qualsevol preu, clar que sí.

    Normal? Supose que ahí és un està el problema, no tenim clar què és, però no podem evitar viure comparant-nos en la normalitat.

    Un bes gran.
    M.

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