lunes, 6 de febrero de 2012

Luna llena

Allí estaba ella, en una de aquellas horas de la tarde en las que no sabes si la luna es anaranjada o, es que, el sol aún no ha desaparecido del todo.

Luna llena, redonda. Ésa que hacía soñar a los niños con ser astronautas o volar tan alto como para poder alcanzarla; curiosamente, la misma que, también, en los adultos disparaba la imaginación y despertaba en ellos ganas. Ganas de lo que fuera, de todo lo que incluyera un cuerpo más en una estrecha cama o la bañera; un momento de éxtasis que hiciera que un día, que había empezado demasiado pronto, no terminara hasta la mañana siguiente, hasta que el sol volviera a ponerla naranja, el amanecer siguiente.

Trataba de saber con lo que soñaba ella, si con volar o con alargar el día. Hasta que por fin se dio cuenta: sólo quería soñar con volar mientras alargaba el día. Todo se podía combinar.

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