miércoles, 7 de julio de 2010

Verano

Estoy rozando el desastre y sé que no hay nada que hacer, que diría Miguel Ríos. Eso es justo lo que pasa, que no tengo nada que hacer y no me digas que estudiar, porque a estudiar no pienso empezar hasta dentro de algún tiempo.
Estoy flotando en el aire irrespirable, como sólo lo sabe ser el aire de julio en Valencia. Ése que no te deja ir por la calle desde las dos hasta las seis de la tarde; ése que te hace sudar sin un motivo claro; ése que te recuerda las nubes del invierno que pide Fito en verano; ése tan caliente que te pega en la cara y parece que te tumbe; ése cargado de humedad que te recuerda que la ansiada playa de invierno se convierta en insoportable en verano (por la gente y por el calor) y ése que hace que nos echemos a las calles en cuanto trae alguna nube con la falsa esperanza de que ella nos calmará el calor. Sólo se trata de un engaño más del verano. Te promete fiestas, amigos, locuras, sinrazones y cosas varias. Tú siempre lo esperas como agua de mayo y piensas en los muchos sirocos que te harán dar un giro a tu vida. El verano es el momento de las esperanzas, esas que se mueren con cada septiembre, cuando te das cuenta de que nada ha cambiado y que la culpa ha sido tuya y sólo tuya.
Pero pensemos, como todos los años, que este verano será distinto y que andaré entre la cirrosis y la sobredosis, con una especie de mueca que recuerde a la sonrisa que tenía cuando era la princesa de la boca de fresa (aunque dudo que alguna vez mi boca haya sido de fresa, si acaso de tabaco y cafés). Daré mi vida entera por llevarme el equipaje estos meses y los que están por venir y trataré de elminiar la mueca.

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