miércoles, 20 de junio de 2012

O sobre cómo terminar un trabajo...


 Decía Beckett que “no saber nada no es nada, no querer saber nada tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada, éste es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor”. Hablar de Foucault, Adorno, Horkheimer o Nietschse es hablar del pesquisidor que puede ser que no sepa nada, pero que pone todo su empeño en no quedarse en ese estado de paz del negligente investigador.
Foucault toca todos los temas, pide lo impensable, investiga, no da por sentado nada. Es como si estuviera en un constante standby y espera lo que está por venir; mientras tanto, trabaja sobre el pasado para entender el presente.
No se queda con los porqués establecidos, indaga de dónde viene la sociedad actual, sus valores, sus conocimientos, busca los umbrales de cambio, el momento en el que la historia discontinua da un nuevo salto; introduce esa novedad de la que habla Bacca. Siempre expectante y a la vez observador, en constante búsqueda para no quedarse sin saber nada. No sentencia, pide colaboración, reclama la sospecha ante todo y ante todos. El poder nos produce, sí, pero todos tenemos poder, todo son relaciones de fuerzas; aunque también hay encuentros y azares.
Adorno y Horkheimer lucharon por evitar casi todos los negros acontecimientos del S.XX. Advirtieron de la llegada de los fascismos y trataron de que la reconstrucción de Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, no siguiera el modelo del American Way of Life porque eran conscientes de los peligros que el capitalismo salvaje conlleva. Pidieron tener memoria para que la historia no volviera a repetirse. Sin embargo, parece que nadie los escuchó, tan sólo algunos jóvenes un mayo de, por lo visto, ya no importa hace cuánto tiempo. Se ve constantemente como la historia, en lugar de avanzar, aunque sea a saltos, parece vivir en un eterno bucle en el que la barbarie y la desolación dominan el mundo.
Tampoco Nietzsche caló como debería haberlo hecho, seguimos esperando a Zaratustra, a alguien que realmente vea cuando mira el mundo y salir de esta moral de pastores y rebaño. El poder sigue autolegitimándose con argumentos que parece que ya no convencen a nadie, pero se empeña en no ceder. Está disperso, el ciudadano ya no sabe a qué puerta llamar para quejarse, se siente indefenso como acechado por un asesino, que se asegura para no dejarse ver por su víctima, y vive esperando el siguiente golpe o la próxima mala noticia que decidirá su futuro.
Ante tal panorama, lo único que la filosofía puede y debe hacer, supongo, es denunciar al poder, como decía Foucault, y robarle la palabra por un instante. Filosofía no da respuestas ni consuelo, sólo ofrece constantemente preguntas sin resolver, y en eso consiste. Preguntar para poder transformar, repensar lo pensado y pensar lo impensado. No dejar en manos de cualquiera el destino de uno mismo y luchar por lo que le pertenece a uno como ser humano. Atreverse a pensar y protestar por lo que está fallando supone un riesgo, pues todo queda en suspenso y, mientras, uno debe poder aguantarlo. No obstante, es mucho más productiva la angustia de Heidegger, la del hombre auténtico que mira a la vida y la verdad de cara y las afronta, con todas sus luces, pero sobretodo, con todas sus sombras.
Sólo así la filosofía tendrá sentido y se convertirá en arma contra el adoctrinamiento y el adormecimiento que, hoy por hoy, invade el mundo. Sólo así podrá ser lo que realmente ha sido siempre, pero que se olvida, "un arma cargada de futuro" que puede enfrentarse al poder y los discursos establecidos.

1 comentario:

  1. Instisfacció, rebel·lia, paraula viva i sentida, són unes poques armes de la filosofia crítica, però el problema és la intel·ligència que el poder desenvolupa per a usurpar-les. Necessitem estar canviant continuament d'armes, per evadir la garra del poder.

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